Mercado, comunidad y demos

Lo maravilloso de nuestra época es que el legado del capitalismo es una productividad tal que permite a las comunidades reales alcanzar la abundancia en más y más campos. Ese es el fondo verdaderamente revolucionario de nuestra época.

Estas palabras de David me han servido para relacionar la escasez con las identidades imaginadas y seguir comprendiendo el verdadero alcance de la lógica de la abundancia. Si bien la comunidad indiana es un espacio de relación social no mediada por la coerción, no todas las comunidades reales lo son. En condiciones de escasez es fácil justificar el autoritarismo o acabar suplantando las identidades reales por otras imaginadas tras los cuales una comunidad, esa sí real, esconde su voluntad de construir maquinarias sociales de poder. No hay más que pensar en el Dios de los judíos o en el de los musulmanes, ambos nacidos en el desierto. O en la incapacidad de concebir el mundo sin el estado porque se ve como una solución al autoritarismo de las comunidades religiosas (cuando, en realidad, el estado-nación no es más que otro tipo de autoritarismo y las personas siguen sin ser los protagonistas de sus propias vidas). Podríamos, en un ejercicio estimulante, identificar, en el caso de cada comunidad imaginada (la nación, la clase, el género, la humanidad, los pobres…) las condiciones de escasez que se pueden relacionar con su origen para llegar a un punto en la historia en el cual estas se transforman en la abundancia a la que se refiere David, y observar que ahora la escasez se genera artificialmente para perpetuar la estructura de poder subyacente. Y darnos cuenta de que, si se genera artificialmente, es porque tiene que haber otra opción distinta.

La otra opción es seguir las señales de la lógica de la abundancia y permitir que nos lleven a ese espacio pluriárquico, a esa zona libre que nos gusta, y desde donde construir filés. La libertad que posibilita la lógica de la abundancia nos devuelve así al mundo de las comunidades reales, a nuestro verdadero tamaño, con el que más cómodos nos sentimos.

Libertad en el mercado

No hay más que estudiar la historia de los primeros mercaderes para darse cuenta de que, para aquellos con ánimo de fundar, ese espacio de libertad no es otro que el mercado, verdadero generador de relación y cohesión social. Y si en la Edad Media el mercado llegaba hasta donde llegaban los mercaderes —no en vano llamados pies polvorientos— con la tecnología de hoy en día sería absurdo que fuera menos, no puede terminarse en las fronteras nacionales o en los límites que definen los acuerdos o regulaciones internacionales. Para ser un espacio de libertad, el mercado ha de ser transnacional con flujos libres de capital, de mercancías y de personas. Cualquier otro escenario para el mercado sería, en mayor o menor medida, un círculo peligroso y, por tanto, una trampa para muchos.

Fraternidad en la comunidad

La comunidad real es que la nos permite ser personas plenas. Esto es así porque sin comunidad real no hay identidad real y tampoco hay conocimiento y sin estos dos ¿podemos ser personas plenas? Que la respuesta es no lo confirman, aparte de la práctica indiana, otros hechos que cualquiera puede observar en su entorno como que, cuando las personas definen su identidad sin recurrir a las imaginadas, lo hacen refiriéndose a otras personas con quienes las comparten: su familia, la gente con la que se reúnen para tertulias literarias cada mes o las personas con las que juegan al baloncesto y después siempre toman algo, para mencionar identidades reales que he visto en mi entorno y que conviven con las imaginadas sin chocar demasiado. Llega un punto en que, si hay suficiente interacción, si se da una conversación permanente, se generan contextos y valores comunes que, por un lado, alimentan la identidad y, por otro, son la base para crear conocimiento. Esto se entiende recordando la figura del científico o del «usuario como productor» tan bien retratados por Juan Urrutia. Bien, pues esta conversación permanente es la deliberación —palabra que me encontré por primera precisamente al acercarme a los indianos— y, si las identidades imaginadas son una máquina social para generar poder para unos pocos reales a costa de otros muchos imaginados, la deliberación la es para empoderar a las propias personas que deliberan, generando —para ellas— contexto, identidad y conocimiento. Y funciona. Por eso no es de extrañar que, al volver la mirada a los mercaderes y artesanos medievales, encontremos la fraternidad como el vínculo que les unía. La fraternidad surge de la deliberación y del gusto por estar juntos y, además, evoca lo concreto, lo material, las relaciones materiales fuertes: la confianza, sin duda, tiene bases materiales, fundamento económico también. Es la fraternidad que diferencia a la comunidad real de su entorno y la hace fuerte. Y por eso tampoco es de extrañar que las comunidades reales que desarrollan el vínculo de la fraternidad ya sí choquen con las comunidades imaginadas:

«Esa lógica de cohesión representaba un evidente freno al desarrollo del mundo industrial y nacional. Las identidades que generaba la tradición gremial eran densas, vivían en un universo de significados plenos y lógica de comunidad real que no aceptaría fácilmente un mundo plano de mercados abstractos y homogeneización.»

Igualdad en el demos

Cuando una comunidad real transnacional se dota de autonomía económica y se hace filé, inevitablemente surgirá la necesidad de tomar decisiones sobre lo escaso, sobre lo económico. Si bien la deliberación, al generar contextos y valores comunes, reduce en gran parte los ámbitos de la decisión, no los hace desaparecer. Estos ámbitos corresponden a la capa más interna de la cebolla, el demos de la filé. Una persona que forma parte del demos, siguiendo el principio de indiferencia, considera a todos los demás miembros del demos igual de capaces para tomar decisiones que él mismo. Esto es la materialización de la igualdad y la integración en la filé es precisamente ese tránsito de lo fraterno a lo igualitario. ¿Y cómo se conserva la libertad? A través del marchar como un derecho ya sea dejando la filé ya creando una nueva cooperativa dentro de ella como otro nodo de la enredadera.

Esta estructura horizontal articulada mediante los viejos principios revolucionarios a lo largo del continuo dentro-fuera —frente al arriba-abajo de las estructuras jerárquicas— asegura la compatibilidad de la cohesión y la diversidad tan necesarias en los futuros que vienen y llena, a la vez, de un nuevo sentido a la política:

«No se delibera para no tener que decidir, se delibera para reducir el ámbito de la decisión democrática y por tanto de la imposición en la gestión de lo económico al mínimo manteniendo lo más amplias posibles las fronteras de la decisión individual, fomentando la diversidad y, al mismo tiempo, fomentando la cohesión. Es a este equilibrio al que llamamos «política» en la filé.»

3 comentarios en «Mercado, comunidad y demos»

  1. Guau! Todo un «tour de force»! Es lo más difícil del itinerario, retomar la lógica de la abundancia y llevarla de la red virtual donde es evidente, a la comunidad real… Felicidades!

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