Economía de la mala comida

Tyler Cowen saca nuevo libro en abril sobre la economía detrás de nuestra alimentación. De entrada puede resultar hasta sorprendente que un economista escriba sobre comida —aunque no es el primero que me encuentro— pero ¿hay algo más estrechamente vinculada a la economía que la necesidad de comer?

Dedica uno de los capítulos, por lo que cuentan en el podcast de Freakonomics, a identificar políticas económicas gubernamentales detrás del empeoramiento de la calidad de la comida que se puede observar en Estados Unidos entre 1910 y 1980. Me he quedado con tres ejemplos.

  • Uno es lo que llaman Prohibición con mayúsculas: al no poder servir bebidas alcohólicas que les dieran más margen, muchos restaurantes cerraron. Con ellos se perdió parte del conocimiento sobre la buena comida. ¡Cómo no relacionar esto con la reciente prohibición en España de fumar en restaurantes, cuando uno pasa diariamente delante de lo que antes era El Carpincho y ahora es una hamburguesería! Aunque sea uno de autor.
  • La restricción de la inmigración es otra política económica que afectó, según Tyler Cowen, la calidad de la alimentación en EE.UU. en el siglo XX. Al descender el número de personas provenientes desde fuera, descendió el aporte de ideas nuevas así como la demanda por la comida da calidad.
  • Aprender a fabricar comida barata a nivel industrial, de la mano de las necesidades surgidas en la Segunda Guerra Mundial, fue lo que compensó la pérdida de conocimiento antes mencionada. La dependencia del recorrido hizo que ese nuevo conocimiento sobreviviera más allá de la guerra, durante muchos años.

Pero lo más interesante que promete el libro es la mirada del economista sobre el resurgir de la alimentación local a partir de 1980 y que sigue en auge el día de hoy tanto en EE.UU. como en Europa. Sobre su linea de argumentación al respecto, da pistas al responder la pregunta de si él se considera un food snob.

Déjame mencionar algunos rasgos de los esnobs de la comida que yo no comparto. Primero, piensan que la comercialización es el villano. Yo tiendo a verla como el salvador. Segundo, tienden a construir un relato del bueno contra el malo, donde el malo es la industria agroalimentaria o algo como las cadenas, la comida rápida y el microondas. Yo tiendo a ver estas instituciones como flexibles, capaces de responder y que solucionan problemas y hacen las cosas mejor. Estos son dos motivos por los que no sólo no soy un esnob de la comida, sino me encuentro al otro lado en este debate.

¿Debería importar la cultura nacional?

El mensaje más importante del libro de Tyler Cowen que comenté el otro día, es que la integración de mercados, el comercio global, es decir, lo que solemos llamar globalización, tiene un efecto homogeneizador en el conjunto de la sociedad, al mismo tiempo que aumenta la diversidad a nivel de las personas. Los individuos sólo pueden ser cada vez más diversos si las sociedades en las que viven se vuelven cada vez más parecidos. Esto puede tener como consecuencia que tribus indígenas dejen de fabricar artesanía porque, de repente, cada uno de los miembros de la tribu tiene muchas más posibilidades para ganarse la vida lo que, a su vez, reduce la oferta de artesanía indígena. Sin embargo, esta aparente paradoja se disipa, si admitimos que negar las nuevas posibilidades a los miembros de la tribu es difícilmente defendible.

La crítica de que la globalización destruye la diversidad se basa en una concepción colectivista de la misma, en pensar que la diversidad es deseable si se da entre sociedades, al modo del multiculturalismo y no dentro de sociedades, a modo de mestizaje. La frase «American culture threatens Parisian hegemony over the provinces» expresa muy bien de lo que se trata.

Es de ahí que surge el planteo de Cowen de si debería importar la cultura nacional, y lo responde definiendo la cultura como «un producto sintético de la interacción voluntaria entre personas libres». La cultura no ha de buscarse, por tanto, ligada a conceptos como el conjunto de las sociedad, la nación, ni ninguna otra >comunidad imaginada, sino donde haya personas libres que interactúan.

Podría parecer que es, entre muchos otros y muy diversos incentivos, la búsqueda de esa noción de cultura que está llevando estos días a tanta gente a Sol pidiendo, entre otros, el «derecho a la cultura». Cabe, por tanto, preguntarse si acaso no saben que para eso no vale pedir al Estado mejores papás. Todos ellos podrían practicar ser personas libres «ya», tienen la suerte de vivir, recordando a Tyler, en una sociedad suficientemente homogénea para que aflore el mar de flores de la diversidad, podrían interactuar voluntariamente y más allá de la agenda pública y, por tanto, podrían crear su propia cultura.

Destrucción creativa de antiguas identidades todoabarcadoras

En su libro Creative destruction: How Globalization Is Changing the World’s Cultures, Tyler Cowen describe el nacimiento de las redes identitarias transnacionales de la mano del comercio global, con ejemplos que van desde la música hasta la artesanía.

Otro de los ejemplos que trae es el «ethnic revival», el resurgimiento de culturas pequeñas, como las indígenas o las ligadas a idiomas como el galés, el yiddish o el vasco. Si bien pueden parecerse al nacionalismo, en realidad no se trata de un agarramiento a antiguas identidades todoabarcadoras y ligadas al territorio, ni de sus versiones imaginada como el nacionalismo, sino de lo que Cowen llama «narrow ethoses», identidades capaces de convivir con otras en una misma persona, generando pertenencias múltiples. Son identidades que cubren ámbitos selectos y cuidadosamente elegidos de la vida y para ello se alimentan de antiguas identidades ligadas al territorio, no para volver a ellas sino para transformarlas en algo nuevo, haciendo uso de Internet y las redes distribuidas. Un ejemplo cercano podría ser la transformación del elemento emprendedor de la antigua identidad vasca en la identidad representada por la red transnacional de los Basques, la cual forma parte de la identidad múltiple y diversa de muchas personas dispersas por el mundo, no porque su abuelo era vasco sino porque les aporta valor y lo eligen.

Imposible no darse cuenta de que este paseo por el libro de Cowen y la destrucción creativa de antiguas identidades todoabarcadoras —hoy en día seriamente limitadoras— nos lleva a revisitar, una vez más, los conceptos Caparazón y Esqueleto.