Pensando en idioma extranjero ¿somos más racionales?

Pensar en idioma extranjero, ¿nos hace más racionales?

Un artículo en Wired (al que llegué vía Tempo) informa de un trabajo de investigación sobre las consecuencias de pensar en un idioma extranjero. En mi experiencia, la inmersión en un entorno lingüístico extranjero hace que en muy poco tiempo nos sorprendamos a nosotros mismos pensando en ese idioma (con excepción, quizá, de contar números — también mi experiencia). De ahí que me parezcan interesantes las conclusiones del estudio.

Los investigadores afirman, a base de varios experimentos, que pensar en idioma extranjero reduce el peso de los sesgos cognitivos, los marcos de pensamiento por defecto y las ideas preconcebidas en la toma de decisiones. Todos estos son atajos que nuestro cerebro utiliza para economizar a la hora de tomar decisiones, para no tener que invertir excesiva energía en pensar en pros y contras. Cuando pensamos en un idioma extranjero, estos atajos no están disponibles. Esto nos fuerza a pensar más antes de cada decisión que, a su vez, haría que las decisiones fueran más racionales.

Uno de los experimentos se basó en el conocido ejemplo del Premio Nobel Daniel Kahneman para demostrar que los humanos tendemos a sentir aversión al riesgo cuando pensamos en ganancias mientras asumimos el riesgo con más facilidad si pensamos en pérdidas (el efecto marco antes mencionado). Al afrontar la decisión de salvar con seguridad 200 vidas de 600 o de arriesgarse para salvar todas o ninguna, la mayoría de las personas optan por salvar seguro 200. Cuando la pregunta se formula en términos de pérdidas (perder 400 vidas seguro o arriesgarse para salvar o perder todas), más personas se deciden por arriesgarse.

Bien, pues el experimentó demostró que al afrontar una decisión parecida en un idioma extranjero, el efecto marco desaparece y las personas toman la misma decisión tanto pensando en ganancias como en pérdidas. Según los autores, la aversión al riesgo desaparecería por la distancia cognitiva y emocional que pensar en un idioma extranjero supone frente al idioma nativo. La distancia cognitiva hace que en un idioma extranjero seamos más deliberativos y menos instintivos. A la distancia emocional se debe, por ejemplo, que las palabras de mucha carga emocional (por ejemplo, los insultos) pierdan esa carga al ser pronunciadas en lengua extranjera.

Si las conclusiones del estudio son ciertas (habría que ver hasta qué punto se sostienen cuando alguien lleva ya mucho tiempo pensando en un idioma extranjero — en los comentarios del artículo en Wired hay varias opiniones al respecto), tendríamos otro argumento más para aprender idiomas. No es que faltaran argumentos. Pero sabiendo que nuestra manera de pensar se vuelve más racional al pensar en lengua extranjera, tenemos un nuevo recurso para afrontar decisiones importantes. Y no sólo. Informarse en idioma extranjero y sumergirse en un entorno lingüístico diferente al nativo también nos hace entonces más críticos y menos dogmáticos. Abre la burbuja en que vivimos y amplía nuestro mundo.